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Insistes en recordar
que alguna vez fuiste rica.
Ahora vives en la tristeza
y no tienes a dónde ir.
Cuando el enemigo te conquistó,
no hubo nadie que te ayudara.
Cuando el enemigo te vio vencida,
se burló de verte en desgracia.

Tanto has pecado, Jerusalén,
que todos te desprecian.
Los que antes te admiraban
hoy se burlan al verte en desgracia.
¡Ahora derramas lágrimas,
y avergonzada escondes la cara!

¡Asombrosa ha sido tu caída!
¡No hay nadie que te consuele!
Jamás pensaste en llegar a ser
tan despreciada,
y ahora exclamas:
«Mis enemigos me vencieron.
¡Mira, Dios mío, mi aflicción!»

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